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CANDIDATURA INDEPENDIENTE DE G.E. (C.I.)

DISCURSO DEL PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMERICA, BARACK OBAMA, ANTE LA 70 ASAMBLEA GENERAL DE LAS NACIONES UNIDAS, 28/09/2015.


"Las dictaduras son inestables. Los dictadores de hoy se convierten en la chispa de la revolución de mañana", asegura el Presidente del pais de la primera potencia democrática mundial. 


Texto completo del discurso del presidente de Estados Unidos, Barack Obama en su presentación ante la 70 Asamblea General de las Naciones Unidas, el lunes 28 de septiembre de 2015.


Sr. Presidente, Sr. Secretario General, colegas delegados, damas y caballeros: Setenta años después de la fundación de las Naciones Unidas, vale la pena reflexionar sobre lo que, juntos, han logrado obtener los miembros de este organismo.


De las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, después de atestiguar el poderío inimaginable de la era atómica, Estados Unidos ha trabajado junto con muchas naciones de esta Asamblea para evitar una tercera guerra mundial, forjando alianzas con viejos adversarios; apoyando la aparición estable de democracias fuertes que responden a sus pueblos en vez de a una potencia foránea; y a edificar un sistema internacional que impone un costo sobre aquellos que escogen el conflicto por encima de la cooperación, un orden que reconoce la dignidad y el valor igualitario de toda la gente.


Ese es el trabajo de siete décadas. Ese es el ideal que este organismo ha seguido lo mejor posible. Por supuesto, ha habido demasiadas veces en las que, de manera colectiva, nos hemos quedado cortos con respecto a estos ideales. Durante siete décadas, conflictos terribles han reclamado innumerables víctimas. Pero hemos seguido progresando, de manera lenta y estable, por crear un sistema de reglas y normas internacionales que sean mejores, más fuertes y más consistentes.


Es este orden internacional el que ha suscrito avances inigualables en la libertad y prosperidad humanas. Es esta empresa colectiva la que trajo la colaboración diplomática entre las mayores potencias del mundo, y que reforzó una economía global que ha sacado a más de mil millones de personas de la pobreza. Son esos principios internacionales los que ayudaron a evitar que los países más grandes impusieran nuestra voluntad sobre las naciones más pequeñas, y que hicieron progresar el surgimiento de la democracia, del desarrollo y de la libertad individual en cada continente.


Este progreso es real. Se puede documentar en vidas salvadas, y en acuerdos forjados, y en enfermedades conquistadas, y en bocas alimentadas. Y sin embargo, nos reunimos hoy sabiendo que la marcha del progreso humano nunca viaja en línea recta, que nuestro trabajo está lejos de estar completo, que las corrientes peligrosas nos ponen en riesgo de ser llevados hacia un mundo más oscuro y más desordenado.


Hoy, vemos cómo la caída de dictadores y estados frágiles crean terreno fértil para conflictos, y obligan a hombres, mujeres y niños inocentes a salir de sus fronteras a gran escala. Redes brutales de terror han llenado el vacío. Las tecnologías que empoderan a las personas también se ven explotadas ahora por aquellos que dispersan desinformación o que suprimen la disconformidad o radicalizan a nuestros jóvenes. El flujo global de capital ha alimentado el crecimiento y la inversión, pero también ha aumentado el riesgo de contagio, debilitado el poder de negociación de los trabajadores y ha acelerado la desigualdad.


¿Cómo debemos responder a estas tendencias? Están aquellos que opinan que los ideales consagrados en los estatutos de las Naciones Unidas no son logrables, o están desactualizados, que son un legado de la posguerra y que no son adecuados para los nuestros. Efectivamente, ellos apuestan por volver a las reglas que se aplicaron durante la mayor parte de la historia y que son previas a esta institución: la creencia que el poder es un juego de suma cero; que el poder actúa correctamente; que los estados fuertes deben imponer su voluntad sobre los más débiles; que los derechos de las personas no importan; y que en un tiempo de cambios rápidos, se debe imponer el orden por medio de la fuerza.


Sobre esta base, vemos que algunas potencias importantes se reafirman de maneras que contravienen la ley internacional. Vemos una erosión de los principios democráticos y los derechos humanos que son fundamentales para la misión de esta institución; la información se controla estrictamente, se restringe el espacio para la sociedad civil. Se nos dice que este recorte es necesario para combatir el desorden, que es una manera de eliminar el terrorismo o de evitar la influencia de extranjeros. De acuerdo con esta lógica deberíamos apoyar a tiranos como Bashar al-Assad, que bombardea con bombas de tonel para masacrar niños inocentes, porque la alternativa seguramente es peor.


También se puede hallar el escepticismo cada vez mayor de nuestro orden internacional en las democracias más avanzadas. Vemos una mayor polarización, un estancamiento más frecuente; movimientos en la extrema derecha, y alguna vez en la izquierda, que insiste en detener el comercio que une nuestros destinos a otras naciones, haciendo llamados para edificar murallas para mantener afuera a los inmigrantes. Lo más inquietante es que vemos que se explotan los temores de las personas comunes recurriendo al sectarismo, tribalismo, racismo, antisemitismo; recurriendo a un pasado glorioso antes de que el cuerpo político fuera infectado por aquellos que tienen una apariencia distinta, o que adoran a Dios de manera distinta; una política de nosotros contra ellos.


Estados Unidos no es inmune a esto. Incluso aunque nuestra economía está creciendo y nuestras tropas han regresado en su mayor parte de Irak y Afganistán, vemos en nuestros debates sobre el rol de Estados Unidos en el mundo una noción de fuerza que está definida por la oposición a los viejos enemigos, adversarios percibidos, un resurgimiento de China, o una Rusia resurgente; un Irán revolucionario o un Islam que no es compatible con la paz. Vemos que se esgrimen argumentos de que la única fortaleza que interesa para Estados Unidos son las palabras belicosas y las muestras de fuerza militar; que la cooperación y la diplomacia no funcionan.


Como Presidente de Estados Unidos, conozco los peligros que enfrentamos; pasan por mi escritorio todas las mañanas. Lidero las fuerzas militares más fuertes que el mundo jamás ha visto, y nunca dudaré en proteger a mi país o a nuestros aliados, de manera unilateral y por la fuerza si es necesario.


Pero estoy ante ustedes hoy, convencido de que nosotros, las naciones del mundo, no podemos volver a las prácticas anticuadas de conflicto y coerción. No podemos mirar atrás. Vivimos en un mundo integrado, uno en el que todos tenemos un interés en el éxito del otro. No podemos desviar esas fuerzas de integración. Ninguna nación en esta Asamblea se puede aislar a sí misma de la amenaza del terrorismo, del riesgo de un contagio financiero, del flujo de inmigrantes o del peligro de un planeta que se está calentando. La perturbación que vemos no solamente está impulsada por la competencia entre naciones o una única ideología. Y si no podemos trabajar juntos de manera más eficaz, todos sufriremos las consecuencias. Eso también es cierto para Estados Unidos.


Independientemente de la fortaleza de nuestras fuerzas armadas y la fortaleza de nuestra economía, entendemos que Estados Unidos no puede resolver por sí solo los problemas del mundo. En Irak, Estados Unidos aprendió la dura lección de que incluso cientos de miles de tropas valientes y eficaces, y billones de dólares de nuestro Tesoro, no pueden imponer por sí mismos estabilidad en una tierra extranjera. A menos que trabajemos con otras naciones bajo un manto de normas y principios internacionales y leyes que ofrezcan legitimidad a nuestras acciones, no tendremos éxito. Y a menos que trabajemos juntos para acabar con las ideas que impulsan a distintas comunidades en un país como Irak a entrar en conflicto, cualquier orden que puedan imponer nuestras fuerzas militares será temporal.


De la misma manera que la fuerza por sí sola no puede imponer orden internacionalmente, yo creo profundamente que la represión no puede forjar la cohesión social para que las naciones tengan éxito. La historia de las dos últimas décadas prueba que en el mundo actual, las dictaduras son inestables. Los dictadores de hoy se convierten en la chispa de la revolución mañana. Es posible encarcelar oponentes, pero no se pueden encarcelar ideas. Se puede tratar de controlar el acceso a la información, pero no se puede convertir una mentira en verdad. No es una conspiración de las ONG respaldadas por EE. UU. la que expone la corrupción y eleva las expectativas de la gente alrededor del mundo; son las tecnologías, las redes sociales, y el deseo irreducible de la gente de todos lados de tomar sus propias decisiones sobre cómo se los gobierna.


De hecho, yo creo que en el mundo actual, la medida de la fortaleza ya no está definida por el control del territorio. La prosperidad duradera ya no proviene solamente de la capacidad de acceder y extraer materia prima. La fortaleza de las naciones depende del éxito de su gente (sus conocimientos, su innovación, su imaginación, su creatividad, su motivación, su oportunidad), y eso, a su vez, depende de los derechos individuales y el buen gobierno y la seguridad personal. Tanto la represión interna como la agresión externa son síntomas de que no se proporciona este cimiento.


La política y la solidaridad que dependen de la demonización de otros y que aprovecha el sectarismo religioso, el tribalismo restringido o el patrioterismo algunas veces puede parecer fortaleza en un momento dado, pero con el tiempo se expondrá su debilidad. Y la historia nos dice que las oscuras fuerzas desencadenadas por este tipo de política con certeza nos hacen menos seguros. Nuestro mundo ya estuvo allí. No ganamos nada si volvemos.


En cambio, yo creo que tenemos que avanzar en la búsqueda de nuestros ideales, no abandonarlos en este momento crítico. Tenemos que expresar nuestras mejores esperanzas, no nuestros temores más profundos. Esta institución se fundó porque los hombres y mujeres que nos precedieron tuvieron la perspicacia de saber que nuestras naciones están más seguras cuando mantenemos leyes y normas básicas, y seguimos una vía de cooperación en vez de conflicto. Y especialmente las naciones fuertes tienen la responsabilidad de mantener este orden internacional.


Permítanme darles un ejemplo concreto. Después que asumí mi cargo, dejé en claro que uno de los logros principales de este organismo, el régimen de no proliferación de las armas nucleares, corría peligro debido a la infracción por parte de Irán del Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP). Sobre esta base, el Consejo de Seguridad aumentó las sanciones al gobierno de Irán, y muchas naciones se unieron para hacer que se cumplieran. Juntos, mostramos que las leyes y los acuerdos significan algo.


Sin embargo, también entendimos que el objetivo de las sanciones no era solamente castigar a Irán. Nuestro objetivo fue probar si Irán podía cambiar el curso, aceptar restricciones y permitir que el mundo verificara que su programa nuclear sería pacífico. Durante dos años, Estados Unidos y nuestros socios (incluidas Rusia y China) se mantuvieron unidos en negociaciones complejas. El resultado es un acuerdo duradero y completo que evita que Irán obtenga un arma nuclear, mientras le permite tener acceso a energía pacífica. Y si se implementa completamente este acuerdo, la prohibición de armas nucleares se fortalece, se evita una posible guerra y nuestro mundo está más seguro. Esa es la fortaleza del sistema internacional cuando funciona como debe.


Esa misma fidelidad con el orden internacional guía nuestras respuestas a otros desafíos alrededor del mundo. Considere la anexión de Crimea a Rusia y la agresión posterior en el este de Ucrania. Estados Unidos tiene pocos intereses económicos en Ucrania. Reconocemos la profunda y compleja historia entre Rusia y Ucrania. Sin embargo, no podemos quedarnos sin hacer nada mientras que se infringe de manera evidente la soberanía y la integridad territorial de una nación. Si eso pasa sin consecuencias en Ucrania, podría pasar en cualquier nación reunida aquí hoy. En eso se basan las sanciones que Estados Unidos y nuestros aliados imponemos a Rusia. No es un deseo de volver a la Guerra Fría.


En este momento, en Rusia los medios periodísticos controlados por el estado pueden describir estos eventos como un ejemplo de la resurgencia de Rusia, un punto de vista compartido, dicho sea de paso, por una cantidad de políticos y comentadores de Estados Unidos que siempre han sido muy escépticos con respecto a Rusia y que parecen estar convencidos de que, en efecto, estamos en una nueva Guerra Fría. Y, sin embargo, vean los resultados. La gente de Ucrania está más interesada que nunca en aliarse con Europa en vez de Rusia. Las sanciones condujeron a la fuga de capitales, una contracción de la economía, la caída del rublo, y la emigración de los rusos con mayor educación.


Imagínese si, en cambio, Rusia hubiera participado en una verdadera diplomacia, y trabajado junto con Ucrania y la comunidad internacional para asegurar la protección de sus intereses. Eso sería mejor para Ucrania, pero también para Rusia, y mejor para el mundo. Por eso seguiremos presionando para que se resuelva esta crisis de una manera que permita que una Ucrania soberana y democrática determine su futuro y controle su territorio. No porque queramos aislar a Rusia (no queremos hacerlo), sino porque queremos una Rusia sólida que esté comprometida a trabajar con nosotros para fortalecer el sistema económico internacional en su conjunto.


De manera similar, Estados Unidos no reclama territorios en el Mar de China Meridional. Nosotros no tomamos decisiones sobre reclamaciones. No obstante, como todas las naciones reunidas aquí, tenemos un interés en mantener los principios básicos de la libertad de la navegación y el flujo libre del comercio, y en resolver disputas a través de la ley internacional, no la ley de la fuerza. Por lo tanto, defenderemos estos principios, mientras alentamos a China y a otros reclamantes a que resuelvan sus diferencias de manera pacífica.


Reconociendo que la diplomacia es dura, yo digo lo siguiente: que los resultados algunas veces no son satisfactorios y que pocas veces es políticamente popular. Pero creo que los líderes de naciones grandes, en particular, tienen una obligación de correr estos riesgos, precisamente porque son suficientemente fuertes para proteger nuestros intereses si, y cuando, la diplomacia falla.


Yo creo también que para avanzar en esta nueva era, tenemos que ser suficientemente fuertes para reconocer cuando lo que estamos haciendo no funciona. Durante 50 años, Estados Unidos mantuvo una política con Cuba que no logró mejorar la vida de los cubanos. Nosotros cambiamos eso. Seguimos teniendo diferencias con el gobierno de Cuba. Continuaremos defendiendo los derechos humanos. Pero nos ocuparemos de esos asuntos mediante las relaciones diplomáticas y mayor comercio y relaciones de persona a persona. A medida que estos contactos generen progreso, tengo confianza en que nuestro Congreso levantará inevitablemente un embargo que ya no debería estar en vigencia. (Aplausos). El cambio no ocurrirá en Cuba de la noche a la mañana, pero tengo confianza en que la apertura, no la coerción, apoyará las reformas y mejorará la vida que se merece el pueblo de Cuba, de la misma manera que creo que Cuba encontrará su éxito si busca cooperación con otras naciones.


Ahora, si es de interés para las principales potencias mundiales mantener los estándares internacionales, con mucha mayor razón lo es para los demás países. Miremos alrededor del mundo. Desde Singapur, pasando por Colombia, hasta Senegal, los hechos demuestran que los países tienen éxito cuando buscan paz y prosperidad inclusivas, dentro de sus propias fronteras, y cuando trabajan conjuntamente con países más allá de sus fronteras.


Ese camino está actualmente abierto a un país como Irán, el cual en este momento continúa haciendo uso de representantes violentos para dar avance a sus intereses. Puede parecer que estos esfuerzos le han dado ventaja a Irán en disputas con sus vecinos, pero alimentan conflictos sectarios que ponen en peligro a toda la región y aíslan a Irán de la promesa del mercado y del comercio. El pueblo de Irán tiene una historia de honra y tiene un potencial extraordinario. Pero cantar “Muerte a Estados Unidos” no crea empleos ni crea más seguridad en Irán. Si Irán escogiera otro camino, eso sería bueno para la seguridad de la región, sería bueno para el pueblo iraní y bueno para el mundo.


Por supuesto, en todo el mundo, seguiremos enfrentándonos a países que rechazan estas lecciones de la historia, lugares en los que conflictos civiles, disputas fronterizas y guerras sectarias generan enclaves terroristas y desastres humanitarios. Cuando el orden se ha roto por completo, debemos actuar, pero tendremos más fuerza si actuamos juntos.


En esas iniciativas, Estados Unidos siempre hará su parte. Lo haremos recordando las lecciones del pasado, no solo la lección de Irak, sino también el ejemplo de Libia, cuando nos unimos a una coalición internacional bajo el mando de las Naciones Unidas para prevenir una masacre. Incluso cuando ayudamos al pueblo de Libia a finalizar el mandato de un tirano, nuestra coalición pudo y debió haber hecho más para llenar el vacío que quedó. Les estamos agradecidos a las Naciones Unidas por sus esfuerzos de forjar un gobierno de unidad. Ayudaremos a todo gobierno legítimo en Libia en su esfuerzo por unificar el país. Sin embargo, también debemos reconocer que tenemos que trabajar más eficazmente en el futuro, como una comunidad internacional, para crear capacidad en los países que están en peligro, antes de que se derrumben.


Es por eso que debemos celebrar el hecho de que más adelante hoy, Estados Unidos se unirá a más de 50 países para sumar nuevas capacidades (infantería, inteligencia, helicópteros, hospitales y decenas de miles de tropas) para fortalecer el mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas. (Aplausos). Estas nuevas capacidades pueden evitar matanzas masivas y asegurar que los acuerdos de paz sean más que palabras en un papel. Pero debemos trabajar juntos. Juntos, debemos fortalecer nuestra capacidad colectiva de establecer seguridad cuando se ha desestabilizado el orden, y apoyar a aquellos que buscan una paz justa y duradera.


En ningún otro lugar se ha puesto a prueba nuestro compromiso con el orden internacional tanto como en Siria. Cuando un dictador asesina a decenas de miles de personas de su propio pueblo, eso deja de ser un asunto interno de un país, pues genera un tipo de sufrimiento humano de tal magnitud que nos afecta a todos. Igualmente, cuando un grupo terrorista decapita a rehenes, asesina a inocentes y esclaviza a mujeres, eso deja de ser un problema de seguridad de un solo país y se convierte en un asalto a toda la humanidad.


Lo he dicho antes y lo vuelvo a repetir: no hay cabida para un culto apocalíptico como ISIL, y Estados Unidos no ofrece disculpas por hacer uso de nuestras fuerzas armadas, como parte de una gran coalición, para ir tras su captura. Hacemos esto con una determinación de garantizar que nunca habrá un lugar seguro para los terroristas que cometen estos crímenes. Hemos demostrado más de una década de incansable persecución a Al Qaeda; no nos rendiremos ante extremistas.


Si bien el poder militar es necesario, no es suficiente para resolver la situación en Siria. La estabilidad duradera solo se puede dar si el pueblo de Siria forja un acuerdo de vivir juntos en paz. Estados Unidos está preparado para trabajar con cualquier país, Rusia e Irán incluidos, para resolver el conflicto. Pero debemos reconocer que después de tanta sangre derramada, de tanta matanza, no se puede volver al estado anterior a la guerra.


Recordemos cómo comenzó esto. Assad reaccionó a las protestas pacíficas aumentando la represión y las muertes, y eso creó el ambiente del conflicto actual. Por eso Assad y sus aliados simplemente no pueden calmar a la inmensa mayoría de una población que ha sido brutalmente sometida con el uso de armas químicas y bombardeos indiscriminados. Así es. El realismo nos dice que será necesario un compromiso para dar fin a la lucha y finalmente eliminar a ISIL. No obstante, el realismo también exige una transición gestionada lejos de Assad y hacia un nuevo líder y un gobierno inclusivo que reconozca que este caos debe terminar para que el pueblo de Siria empiece a reconstruir.


Sabemos que ISIL, que surgió del caos de Irak y Siria, depende de una guerra sin fin para poder sobrevivir. Pero también sabemos que ganan seguidores debido a una ideología venenosa. Así que parte de nuestro trabajo, juntos, es trabajar para rechazar ese extremismo que infecta a demasiados de nuestros jóvenes. Parte de ese esfuerzo debe yacer en un continuo rechazo por parte de los musulmanes a aquellos que distorsionan al Islam para predicar la intolerancia y promover la violencia, y también debe yacer en un rechazo por parte de aquellos que no son musulmanes al concepto ignorante de que el Islam es sinónimo de terrorismo. (Aplausos).


Esto tomará tiempo. No hay respuestas sencillas a la situación de Siria. Tampoco hay respuestas sencillas a los cambios que se vienen presentando en gran parte de Oriente Medio y el Norte de África. Pero muchas familias necesitan ayuda en este momento; a ellos se les acaba el tiempo. Es por eso que Estados Unidos está aumentado la cantidad de refugiados que son bienvenidos a nuestro país. Es por eso que continuaremos siendo el principal donante de ayuda para asistir a esos refugiados. Hoy estamos lanzando nuevas iniciativas para asegurar que nuestros ciudadanos, nuestras empresas, nuestras universidades y nuestras ONG puedan ayudar también, porque en los rostros de las familias que sufren se ve reflejado nuestro país de inmigrantes.


Por supuesto, en las viejas formas de pensar, no importaban los apuros de los desvalidos, los apuros de los refugiados o los apuros de los marginados. Ellos estaban en la periferia de los problemas del mundo. Hoy día, nuestra preocupación por ellos está motivada no solo por nuestra conciencia, sino también por interés propio. Porque ayudar a las personas que han sido llevadas al margen de nuestro mundo no es un simple acto de caridad, es cuestión de seguridad colectiva. Y el propósito de esta institución no es solamente evitar conflictos, es incitar a la acción colectiva que mejora la vida en este planeta.


Los compromisos que hemos hecho con los Objetivos del desarrollo sostenible dan fe de ello. Pienso que el capitalismo ha sido el máximo creador de riqueza y oportunidad que el mundo ha conocido hasta ahora. Sin embargo, desde las grandes ciudades hasta los pueblos rurales de todo el mundo, también sabemos que todavía la prosperidad está cruelmente fuera del alcance de muchos. Tal como nos lo recordó Su Santidad, el Papa Francisco, somos más fuertes cuando valoramos a los menos favorecidos entre nosotros y cuando los vemos como semejantes en dignidad a nosotros y a nuestros hijos.


Podemos reducir las enfermedades evitables y dar fin al flagelo del VIH/SIDA. Podemos eliminar pandemias que no respetan fronteras. Quizá ese trabajo no se vea ahora en la televisión, pero así como lo demostramos con la reducción del contagio del ébola, puede salvar más vidas que cualquier otra cosa que hagamos.


Juntos podemos erradicar la pobreza extrema y eliminar las barreras a las oportunidades. Sin embargo, esto requiere de un compromiso prolongado con nuestros pueblos, para que los agricultores puedan alimentar a más personas; para que los empresarios puedan generar empresas sin tener que sobornar; para que los jóvenes tengan el conocimiento necesario para tener éxito en esta economía moderna basada en el conocimiento.


Podemos promover el crecimiento mediante un mercado que cumpla con estándares más altos. Eso es lo que estamos haciendo en la Asociación Transpacífica, un tratado de comercio que abarca a casi el 40 por ciento de la economía mundial, un tratado que abrirá mercados, a la vez que protegerá los derechos de los trabajadores y protegerá el medio ambiente que permitirá un desarrollo sostenido.


Podemos reducir la contaminación de nuestro aire y ayudar a las economías a sacar a la gente de la pobreza sin tener que condenar a nuestros hijos a los estragos de un clima cada vez más caliente. El mismo ingenio que dio fruto a la era industrial y a la era informática nos permite emplear el potencial de la energía no contaminante. Ningún país se puede escapar de los desastres del cambio climático. Y no hay signo más fuerte de liderazgo que pensar primero en las generaciones futuras. Estados Unidos trabajará con cada país que esté dispuesto a hacer su parte para que juntos podamos en París confrontar este desafío de manera contundente.


Finalmente, nuestra visión del futuro de esta Asamblea, mi creencia en avanzar en vez de retroceder, nos exige defender los principios democráticos que permiten que las sociedades tengan éxito. Permítanme comenzar con una simple premisa: catástrofes, como la que estamos viendo en Siria, no ocurren en países que tienen una democracia auténtica y en los que se respetan los valores universales que esta institución está supuesta a defender. (Aplausos).


Reconozco que la democracia asume diversas formas en las distintas partes del mundo. La propia idea de una sociedad que se gobierna a sí misma depende de que el gobierno le permita expresar la singularidad de su cultura, la singularidad de su historia y la singularidad de sus experiencias. Sin embargo, algunas verdades universales son obvias. Nadie quiere ser encarcelado por rendir culto de manera pacífica. Ninguna mujer debería sufrir abusos que quedaran impunes y a ninguna niña se le debería prohibir ir a la escuela. La libertad de dirigirse de manera pacífica a aquellos que están en el mando, sin miedo de leyes arbitrarias. Estas no son ideas de un país o de una cultura. Estos son aspectos fundamentales del progreso humano. Estos son los pilares de esta institución.


Yo entiendo que en muchas partes del mundo existe una perspectiva diferente; la creencia de que un liderazgo fuerte no debe tolerar ninguna disidencia. Esto lo escucho no solo de los adversarios de Estados Unidos, sino también, al menos en privado, lo advierto de algunos de nuestros amigos. No estoy de acuerdo con esto. Yo creo que un gobierno que reprime la disidencia pacífica no está mostrando fuerza; lo que está mostrando es debilidad y miedo. (Aplausos). La historia muestra que los regímenes que temen a su propio pueblo con el tiempo se desmoronan, pero las instituciones fuertes basadas en el consentimiento de los gobernados perduran hasta mucho después de que cualquier individuo en particular se haya ido.


Es por eso que nuestros líderes más fuertes, desde George Washington hasta Nelson Mandela, han puesto la importancia de construir instituciones fuertes y democráticas por encima de la sed de poder perpetuo. Los líderes que modifican las constituciones para permanecer en el poder solo reconocen que no pudieron construir un país exitoso para su gente, porque ninguno de nosotros vive eternamente. Eso nos dice que el poder es algo a lo que se aferran por su propio bien, y no para el bien de aquellos a los que pretenden servir.


Entiendo que la democracia es frustrante. La democracia en Estados Unidos definitivamente es imperfecta. Incluso, a veces, puede ser disfuncional. Pero la democracia, la lucha constante para darle derechos a más sectores de nuestro pueblo, para darle voz a más gente, es lo que nos ha permitido convertirnos en la nación más poderosa del mundo. (Aplausos).


Esto no es simplemente una cuestión de principios, no es una imagen abstracta. Una democracia, una democracia inclusiva, hace que un país sea fuerte. Cuando los partidos de la oposición pueden buscar el poder pacíficamente a través de la votación, un país recurre a nuevas ideas. Cuando la prensa libre puede informar al público, la corrupción y el abuso quedan expuestos. Cuando la sociedad civil prospera, las comunidades pueden resolver los problemas que los gobiernos no pueden solucionar necesariamente solos. Cuando los inmigrantes son bien recibidos, los países son más productivos y más vibrantes. Cuando las niñas pueden ir a la escuela, conseguir un trabajo y buscar oportunidades ilimitadas, entonces es cuando un país puede desarrollar todo su potencial. (Aplausos).


Esta es la que creo que es la mayor fortaleza de Estados Unidos. No todos están de acuerdo conmigo en Estados Unidos. Eso es parte de la democracia. Yo creo que el hecho de que al caminar por las calles de esta ciudad se ven iglesias y sinagogas, templos y mezquitas, donde las personas practican su religión libremente; el hecho de que nuestra nación de inmigrantes refleja la diversidad de nuestro mundo (hay gente de todo el mundo aquí en Nueva York). (Aplausos). El hecho de que, en este país, todos pueden contribuir, sin importar quiénes son, su apariencia o a quienes aman; eso es lo que nos hace fuertes.


Y creo que lo que es cierto para Estados Unidos también lo es para prácticamente todas las democracias maduras. Y eso no es accidental. Podemos estar orgullosos de nuestra nación sin definirnos como oposición a otras naciones. Podemos amar a nuestra patria sin demonizar a otros. Podemos apreciar nuestra propia identidad; nuestra religión, nuestra etnia y nuestras tradiciones, sin menospreciar a otros. Nuestros sistemas se basan en la idea de que el poder absoluto se corromperá, pero que la gente, la gente común, es esencialmente buena, valora la familia, la amistad, la fe y la dignidad que otorga trabajar arduamente. Y que, con los controles y equilibrios apropiados, los gobiernos pueden reflejar esta bondad.


Creo que ese es el futuro que debemos buscar juntos. Creer en la dignidad de cada individuo, creer que podemos salvar nuestras diferencias y elegir la cooperación en vez del conflicto no es mostrar debilidad, eso es tener fuerza. (Aplausos). Es una necesidad práctica en este mundo interconectado.


Y nuestra gente entiende esto. Piensen en el médico liberiano que fue de puerta en puerta para buscar casos de ébola, y para decirles a las familias qué hacer si presentaban síntomas. Piensen en el comerciante iraní que, tras el acuerdo nuclear, dijo “Si Dios quiere, ahora podremos ofrecer muchos más productos a mejores precios”. Piensen en los estadounidenses que arriaron la bandera en nuestra embajada en La Habana en 1961, el año en que yo nací, y que regresaron este verano para izar esa bandera. (Aplausos). Uno de estos hombres dijo del pueblo cubano: “Podíamos hacer cosas por ellos y ellos podían hacer cosas por nosotros. Los amábamos”. Durante 50 años, pasamos por alto este hecho.


Piensen en las familias que abandonan todo y arriesgan su vida en áridos desiertos y aguas tormentosas solo para encontrar refugio, solo para salvar a sus hijos. Un refugiado sirio, a quien en Hamburgo recibieron con una calurosa bienvenida y le dieron refugio, declaró: “Creemos que todavía hay algunas personas que aman al prójimo”.


Los pueblos de nuestras Naciones Unidas no son tan diferentes como se les hace creer. Se les puede hacer temer, se les puede enseñar a odiar; pero también pueden responder a la esperanza. La historia está plagada del fracaso de falsos profetas e imperios caídos que creían que el poder siempre actúa correctamente; y ese seguirá siendo el caso. Pueden contar con eso. Pero estamos obligados a ofrecer un tipo diferente de liderazgo, un liderazgo lo suficientemente fuerte como para reconocer que las naciones comparten intereses comunes y que la gente comparte una humanidad común y, sí, hay ciertas ideas y principios que son universales.


Eso es lo que entendieron hace 70 años quienes dieron forma a las Naciones Unidas. Proyectemos esa fe hacia el futuro, porque esa es la única manera en que podemos asegurar un futuro mejor para mis hijos y para los suyos.


Muchas gracias. (Aplausos).


Fuentes: agencias


Redifunde: Departamento de Comunicacion de la C.I.




por abamodjo, Sábado, 03 Octubre 2015 18:15, Comentarios(0)
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